Te quise, aceleré y nunca pisé los frenos.

Te quise, aceleré y nunca pisé los frenos.

miércoles, 11 de enero de 2012

Rutina.

Todos los días, 7:20 a.m.
-Jessica, vas a llegar tarde, me voy a trabajar, un beso.
+Voy, uf.
La noche anterior siempre me digo a mi misma: -Voy a tomar en cuenta con qué pie me levanto, así más o menos sabré si el día será normalito o un desastre. Pero nunca lo cumplo. Me levanto con mal humor, sin ganas de nada. Me siento en la cama, me vuelvo a tumbar un ratillo mirando la pared y preguntándome, ¿para qué sirve todo esto? Si al fin y al cabo todo tiene final, y nada de lo que hagamos servirá para nada. Pero es ley de vida asistir a las aburridas clases. Miro el reloj, se me hace tarde. Para animar un poco el ambiente pongo música alta, para motivarme más. O igual solo la ponga para escuchar que hay ruido, la verdad me da mucho miedo estar sola en casa. Lo primero ir al baño, me tiro como media hora, puede que sea mi lugar favorito. Las planchas, que no falten. El desayuno en la mesa, un buen colacao con galletitas, mis galletitas de dinosaurio. Ya de costumbre, todas las mañanas me suele pasar algo: o se me cae la leche, no encuentro horquillas, no encuentro las llaves, me caigo de la cama, me doy una ostia contra la nevera, me pongo el pantalón y resulta que está manchado… cosas variadas. A estas horas odio que mi perro observe todos mis movimientos, me sigue por toda la casa, patético. Vamos a la habitación, el armario que estrés, no sé qué ponerme. Unos minutos de reflexión hasta que encuentro lo adecuado, vestirme lo más rápido posible. Coger las cosas, el cuaderno de Bob que no falte, y salir de casa justo a las 8:17 a.m. Y allí está la chica más boba del mundo esperándome para ir a nuestro queridísimo colegio.

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